Todos sabemos que la tradición de los cuentos orales es sexista (por no decir que, en muchos casos, es tremendamente misógina). La persona que va a cuidar a la abuelita es una dulce niña de caperuza roja; la que se va a hacer la compra y desencadena una matanza de cabritillos propia de una película de Tarantino es la mamá cabra; la que barre y barre y se pone lazos para buscar marido es la ratita presumida, y así todo. Gran cantidad de protagonistas femeninas dan lugar a desastres inauditos a causa de la debilidad que se supone ligada a su sexo y es por culpa de ellas que el mal se cierne sobre sí mismas o sobre los que las rodean.
Desde que Walt Disney se hizo con el poder en la industria del cine de dibujos animados no ha hecho más que perpetuar esta imagen de dama desvalida o de mujer perversa, figuras entre las que pivota la feminidad en sus películas, y es que los personajes femeninos en Disney son angelicales o diabólicos: véase Cruella de Vil, las madrastras de Blancanieves y de Cenicienta; Úrsula, la bruja de La Sirenita; Gothel, la malvada bruja que se hace pasar por la madre de Rapunzel; la tremenda Maléfica, etc.
Pero vayamos al meollo del asunto: ¿qué mujer de hoy en día se identifica con estas figuras femeninas?, ¿qué clase de hombres son estos que se dibujan en las películas del gigante americano?
Cenicienta pasa una noche bailando con un príncipe "encantador", hablan de sus cosas, suponemos que se cuentan su vida y se enamoran locamente el uno del otro. El príncipe, que pierde el contacto con la muchacha y no tiene su número de teléfono, no encuentra otra forma de hallarla, después de su accidentada marcha, que paseándose por todo el pueblo con un zapato de cristal, siendo capaz de quedarse con la primera joven a la que le quepa el zapatito en cuestión. ¿Perdona? ¿Que llevamos hablando tres horas y no te has quedado con mi cara? Increíble.
Pero si queremos pasar un rato de verdadera inquietud, debemos ver Blancanieves. Además del problemilla con su señora madrastra, tenemos a un príncipe un poco enfermo que besa a Blancanieves cuando todos piensan que está muerta, o sea, que estamos ante un claro caso de necrofilia en una peli para críos..., ¿pero qué es esto? Y es que no es solo el beso de Blancanieves el que da muy mala espina: ¿recordáis el beso del príncipe a la bella durmiente?, ¿quién ha dado permiso a ese señor a abalanzarse sobre una muchacha en coma profundo?, ¿dónde queda el consentimiento?
Otro caso de verdadera injusticia y de clara dependencia de la mujer hacia el hombre es el de Ariel: ella renuncia a su esencia acuática, renuncia a su familia, renuncia a sus piernas y renuncia a su voz para estar al lado del príncipe. Si alguien te quiere, querida, te quiere como eres, no has de cambiar tu forma de ser (o de nadar).
¿Y qué me decís de Bella? Bella se cambia por su padre, a quien un monstruo egoísta y loquísimo ha secuestrado, y se queda encerrada en un castillo, viéndose obligada a tratar con su captor. Esta situación desencadena un terrorífico caso de síndrome de Estocolmo en la muchacha, quien, finalmente, accede a casarse con un tipo que la ha secuestrado y ha estado a punto de matar a su padre.
¿A que vistas así estas películas no son tan románticas?, ¿a que no son tan bonitas?
Susana Navarro
Profesora de Lengua castellana y Literatura